domingo, 3 de febrero de 2019

El castillo de Chenonceau


A orillas del río Cher, afluente del Loira, esta fortaleza-palacio famosa por las poderosas mujeres que lo habitaron y diseñaron es aclamada como una de las más bellas de Francia. De ahí que sea el castillo más visitado del país, después de Versalles.

A principios del siglo XV, Chenonceau no era más que una casa de campo rodeada de una muralla. Sus últimos compradores, Catherine y Thomas Bohier, lo salvaron de la ruina y construyeron la que se considera la primera escalera recta de Francia. Sus descendientes, sin embargo, acabaron vendiendo la propiedad a Francisco I, que la convirtió en un refugio de caza.

Fue el hijo del rey, Henri II, quién sacudió este rincón del Loira al regalar Chenonceau a su amante, la inteligente Diana de Poitiers, para ira de su mujer, Catalina de Médici.

Era el origen de uno de los triángulos amorosos más sonados de la corte de este país. Mujer de gustos sibaritas, Diana construyó un magnífico puente sobre el río Cher, así como majestuosos parterres. Plantó, además, viñedos y convirtió la granja en todo un negocio.

Claro que al morir el rey en 1559, Catalina de Médici se tomó la revancha: como primera medida, le arrebató el castillo.
Habría que esperar al XVII para verlo resurgir bajo la posesión de Louise Dupin, la gran dama de la aristocracia francesa, que convirtió este lugar en la madriguera de la élite intelectual francesa: Voltaire, Rosseau, Montesquieu .... todos frecuentaron Chenonceau.

Desde 1913 y hasta hoy la fotogénica fortaleza a 214 kilómetros de París pertenece a la familia Menier, que lo ha convertido además en una gran atracción turística.

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